El asalto al poder tiene muchos caminos. La historia, siempre sabia, nos enseña que hasta por la vía legal pueden darse casos de despotismo encubiertos hasta el punto de materializarse bajo el rimbombante manto de unas elecciones democráticas. La victoria en 1933 del NSDAP de Adolf Hitler es el mejor ejemplo.
Hay algo que siempre se cumple y es que todos los dictadores se caracterizan por poner en práctica la coartada de la salvación. “He venido a salvaros de…” han rezumado los variopintos dictadores que en la historia han sido. Hitler lo usaba para alertar a la población alemana del ‘peligro’ que suponía la comunidad judía, mientras que Lenin y Stalin hacían lo propio respecto al capitalismo y la religión.
Este tipo de comportamiento ha sido una constante en otros ámbitos de la vida, como pasa en el fútbol. Con la llegada de la década de los 90 se produjo un cambio sustancial en los equipos de fútbol españoles: la conversión de los clubes en sociedades anónimas deportivas. Todos a excepción de Osasuna, Real Madrid, FC Barcelona y Athletic de Bilbao adoptaron el cambio. Es entonces cuando irrumpen en nuestro fútbol personajes de dudoso pasado dispuestos a hacer de los clubes su cortijo particular. Jesús Gil, José María Caneda y Manuel Ruiz de Lopera conforman el paradigma.
Asimismo, para que prospere un régimen dictatorial deben darse algunos condicionantes indispensables: poder económico, aniquilación de cualquier rival que pueda resultar un obstáculo para el poder, creación artificial del enemigo y constantes menciones al mismo, captación de aduladores, control de la información y culto a la personalidad del propio dictador. ¿Acaso no cumple Lopera todas estas premisas?: Imposición de su nombre al estadio, busto presidiendo un partido contra el Sevilla, métodos tiránicos frente a la prensa y la propia oposición bética, hostilidad y constantes referencias al enemigo (Sevilla F.C.), confabulación con la prensa afín (sólo entrevistas a la cadena SER).
Si hay algo que ahora sonroja a buena parte de los medios de comunicación es el comportamiento condescendiente que antaño tenían con Lopera. Siendo rigurosos no han sido pocas las ocasiones en las que una conferencia de prensa ofrecida por Lopera ha acabado convirtiéndose en un ‘show’ en el que los periodistas asistentes actuaban de palmeros.
Al final, como sucede con casi todo en el fútbol, es la pelota la que se convierte en juez. Después de años de mentiras, amenazas, mediocridad y esperpentos protagonizados por Lopera, eso sí, contribuyendo a la imagen del andaluz de chirigota, la afición del Betis ha reaccionado. Pero lo ha hecho solo cuando el balón no ha podido seguir ocultando la realidad: las distancias deportivas y empresariales con el vecino son cada vez mayores.
Hay algo que siempre se cumple y es que todos los dictadores se caracterizan por poner en práctica la coartada de la salvación. “He venido a salvaros de…” han rezumado los variopintos dictadores que en la historia han sido. Hitler lo usaba para alertar a la población alemana del ‘peligro’ que suponía la comunidad judía, mientras que Lenin y Stalin hacían lo propio respecto al capitalismo y la religión.
Este tipo de comportamiento ha sido una constante en otros ámbitos de la vida, como pasa en el fútbol. Con la llegada de la década de los 90 se produjo un cambio sustancial en los equipos de fútbol españoles: la conversión de los clubes en sociedades anónimas deportivas. Todos a excepción de Osasuna, Real Madrid, FC Barcelona y Athletic de Bilbao adoptaron el cambio. Es entonces cuando irrumpen en nuestro fútbol personajes de dudoso pasado dispuestos a hacer de los clubes su cortijo particular. Jesús Gil, José María Caneda y Manuel Ruiz de Lopera conforman el paradigma.
Asimismo, para que prospere un régimen dictatorial deben darse algunos condicionantes indispensables: poder económico, aniquilación de cualquier rival que pueda resultar un obstáculo para el poder, creación artificial del enemigo y constantes menciones al mismo, captación de aduladores, control de la información y culto a la personalidad del propio dictador. ¿Acaso no cumple Lopera todas estas premisas?: Imposición de su nombre al estadio, busto presidiendo un partido contra el Sevilla, métodos tiránicos frente a la prensa y la propia oposición bética, hostilidad y constantes referencias al enemigo (Sevilla F.C.), confabulación con la prensa afín (sólo entrevistas a la cadena SER).
Si hay algo que ahora sonroja a buena parte de los medios de comunicación es el comportamiento condescendiente que antaño tenían con Lopera. Siendo rigurosos no han sido pocas las ocasiones en las que una conferencia de prensa ofrecida por Lopera ha acabado convirtiéndose en un ‘show’ en el que los periodistas asistentes actuaban de palmeros.
Al final, como sucede con casi todo en el fútbol, es la pelota la que se convierte en juez. Después de años de mentiras, amenazas, mediocridad y esperpentos protagonizados por Lopera, eso sí, contribuyendo a la imagen del andaluz de chirigota, la afición del Betis ha reaccionado. Pero lo ha hecho solo cuando el balón no ha podido seguir ocultando la realidad: las distancias deportivas y empresariales con el vecino son cada vez mayores.
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