miércoles, 27 de junio de 2012

El partido de la muerte



Todo comenzó en la panadería estatal número tres de Kiev, en la primavera de 1942. Allí se presentó en busca de trabajo el portero y estrella del Dinamo de Kiev, Nikolai Trusevich, que llevaba un año buscando algo con lo que ocupar sus ratos libres, prácticamente una rutina desde la suspensión de la liga soviética el año anterior. El dueño del local, Iosif Kordik, gran aficionado al equipo, no le dio la espalda a su ídolo y le contrató como barrendero.

En poco tiempo la panadería se convirtió en el centro de reunión de otros exfutbolistas. Kordik, que tenía buenas relaciones con los alemanes, aprovechó esta circunstancia para proponerles jugar un partido de fútbol contra un combinado de exjugadores ucranianos. A Trusevich no le costó gran cosa reunir a diez compañeros -siete del Dinamo y tres del Lokomotiv- para crear el equipo que iba a hacer historia en la URSS: el Start FC.

Para entonces las tropas alemanas llevaban un año ocupando Ucrania y miles de jóvenes tenían que elegir entre alistarse en el Ejército Rojo o colaborar con los alemanes, quienes encontraban con más frecuencia de la esperada la hospitalidad de unos ucranianos que los recibían con pan y sal en las manos -gesto típico de bienvenida en Ucrania-.

En Kiev se presentaron 40.000 voluntarios al Ejército Rojo pero entre ellos no se encontraban ninguno de los futbolistas que hace 70 años se enfrentaron en el llamado “partido de la muerte” a los soldados alemanes. El equipo formado por Trusevich era un combinado de futbolistas procedentes de los dos equipos punteros de Kiev: el Dinamo y el Lokomotiv.

La leyenda del Start comenzó a forjarse cuando derrotaron a un equipo de soldados húngaros y rumanos por 6-2 y 11-0 respectivamente. La fama de los jugadores ucranianos se extendió con rapidez hasta el punto de que el ejército alemán también jugó un partido contra las que hasta hacía poco habían sido las estrellas del fútbol soviético. Sin más suerte que los anteriores, los miembros de la Lutwaffe alemana perdieron 5-1, todo un golpe en el orgullo germano.

Tres días después de la derrota, el 9 de agosto de 1942, los alemanes solicitaron un partido de revancha en el estadio Zenit de Kiev. La expectación generada en la ciudad fue máxima y miles de ucranianos llenaron las gradas. Los futbolistas locales saltaron al campo con un uniforme más que digno: camiseta y pantalón blancos, medias negras y unas botas, eso sí, algo desgastadas. Según aparece en la película Match, ambos equipos formaron alineados ante el palco de autoridades con el brazo en alto y obligados a saludar con un “Heil Hitler”.

La hipótesis del saludo hitleriano es muy dudosa puesto que los miembros de la Luftwaffe, como los del resto de la Wehrmacht, hacían el saludo militar, y solo a partir del atentado del 20 de julio de 1944 contra Hitler -dos años después del partido-, se hizo obligatorio el “Heil Hitler” en todo el ejército. La tradicional versión soviética mantiene que los futbolistas ucranianos -a los que presentaban como prisioneros- gritaron “fitzkultura”, la versión soviética del proverbio “mens sana in corpore sano”, una especie de exaltación de la gimnasia proletaria.

No es el único punto polémico de la historia. La versión soviética siempre ha mantenido que en el descanso del partido miembros de la Gestapo irrumpieron en el vestuario del equipo ucraniano para amenzarles de muerte si ganaban el partido, cosa que en ese momento hacían por 2-1. Nunca se ha podido comprobar la veracidad de estos hechos ni tampoco la relación causa-efecto entre la victoria del Start por 5-3 y los jugadores fusilados un año después.

Lo que sí se sabe es quiénes fueron los futbolistas asesinados: el portero Trusévich, Ivan Kuzmenko y Aleksey Klimenko, que desde entonces se convirtieron en una leyenda y un símbolo de heroísmo en la resistencia al nazismo en la Unión Soviética. Tras la guerra el Gobierno soviético no quiso olvidar a los 'héroes del partido de la muerte' e instalaron una placa en su memoria en el mismo escenario del encuentro (el Zenit estadio hoy rebautizado Start): “a los jugadores que murieron con la frente en alto, ante el invasor nazi”.

Setenta años después, los hechos han sido difundidos en el cine (Evasión o victoria, Match, El último gol...) y en la literatura (Dynamo: El partido de la muerte, de Andy Dougan,) como la gesta de unos heroicos prisioneros que desafiaron al III Reich. Un ejemplo de cómo el aparato de propaganda soviético convirtió una bonita historia deportiva en una cuestión política.

miércoles, 20 de junio de 2012

"Me hubiera gustado narrar el 23-F"



Lleva cinco años recorriendo los pasillos del Congreso en busca de historias que le den un toque diferente a sus crónicas. Aunque se considera una pipiola, ya ha pasado el tiempo suficiente entre sus señorías para que se le caigan algunos mitos. Presume de independiente, pero al mismo tiempo reconoce vivir una pelea permanente con el síndrome de Estocolmo instalado entre los muros del hemiciclo. Sus experiencias las ha recopilado en un libro en el que retrata cómo son los políticos cuando creen que nadie les ve.

-Oiga, ¿qué hay debajo de las alfombras del Congreso?

-Suciedad, mentiras, puñaladas, intereses, gente con principios y otra sin ellos. Nada que no pase en la calle.

-¿Y quién sería el político que más se parece a la gente de la calle? ¿Celia Villalobos? Lo digo por su vocabulario 'refinado' y sus frecuentes salidas de tono.

-Celia Villalobos es una persona amada y odiada dentro del PP por su condición de personaje que dice todo lo que piensa sin filtro alguno, como el día que se refirió a los discapacitados como tontitos. Hay quienes dicen que Pedro Arriola tiene una línea roja dentro del partido y es que no toquen a su mujer.

-¿Hay mucho intocable ahí dentro?

-Pongo el ejemplo de Soraya porque ha cambiado mucho desde que está en el Gobierno. Antes era muy cercana y atenta con los periodistas, incluso nos invitaba a tomar algo en Navidad. Ahora, al igual que Rajoy, sufre el síndrome de la Moncloa.

-¿Y usted no tiene síndrome de Estocolmo?

-Hay periodistas que tienen síndrome de Estocolmo por interés: son altavoces de los partidos porque no les compensa ser independientes. A mí me han invitado a cenar muchas veces y siempre he dicho que no.

-¿Falta seriedad en el Parlamento?

-Es verdad que en el Congreso hay chalaneo, tiene mucho de circo y ya va siendo hora de que cambie. Muchas veces los diputados no tienen ni idea de lo que votan. Es frecuente ver al número dos del grupo parlamentario de turno indicando mediante gestos qué es lo que tienen que votar los de su bancada: cuando levanta un dedo, voto afirmativo; dos dedos, negativo; y tres, abstención.

-¿Es que no se nota la mano del presidente en todo esto...?

-La del anterior, José Bono, no es que se notara, es que era el principal responsable de que el Congreso se convirtiera en una opereta parlamentaria ridícula. Era un experto en cortinas de humo. En una ocasión en la que varios miembros del PSOE estaban reunidos en una sala, Chunda, el jefe de prensa de Bono, le pidió a un ujier que nos trajera pan, vino y un poco de queso para distraernos.

-¿También fue una cortina de humo lo de Bono y las corbatas?

-El anterior ministro de Industria, Miguel Sebastián, propuso que los diputados asistieran al Congreso sin corbata para poder poner el aire acondicionado a 24 grados y, así, ahorrar energía. Bono se opuso de forma tajante y al final la polémica se quedó en algo personal contra Sebastián.

-Churchill decía que los rivales estaban en los escaños de enfrente pero que los enemigos estaban sentados al lado.

-En Bono se cumple a rajatabla, porque siempre ha sido considerado en el PSOE como alguien que va por libre, en el libro digo que es 'la prima Bonna'. Nadie olvida la polémica que mantuvo con la mayoría de su partido al mostrarse partidario de colocar una placa en el Congreso en homenaje a Sor Maravillas. Al final el proyecto no salió adelante y un cámara le pilló diciendo “los de mi partido son unos hijos de puta”.

-No ha sido el único rifirrafe que usted ha vivido en el Congreso...

-Una vez pensamos que Rubalcaba y González Pons llegaron a las manos. Tras un acalorado debate sobre el sistema de escuchas ilegales de Sitel, Rubalcaba se encontró a Pons en uno de los pasillos y le dijo entre risas: “sí, claro, ahora veo todo lo que haces, y escucho todo lo que dices”. Más tarde Pons dio a entender que casi se pegan porque Rubalcaba estaba muy nervioso. Después le pregunté a Rubalcaba hasta en cinco ocasiones si era cierta la versión de Pons. Entonces él se enfadó y me gritó: “¡por Dios, cómo me puede decir eso, ya se lo he dicho cinco veces!” El tiempo demostró que Rubalcaba decía la verdad.

-¿Rubalcaba diciendo la verdad? Eso si que es una exclusiva, va a vender muchos libros...

-Es el político que más cambia cuando no hay cámaras delante. En el trato personal es muy agradable. Pero también he de reconocer que se me ha caído un mito, desde que es número uno ya no brilla como cuando estaba en la sombra. Le he visto huir en los pasillos.

-¿Qué tienen esos pasillos que causan tanto pavor?

-Ahí los políticos tienen mucho que perder y poco que ganar. Pero una que sí ganó y mucho fue Elena Salgado. Cuando la nombraron vicepresidenta económica estaba muy nerviosa, nunca se paraba a atender a la prensa, parecía insegura y corría a saltitos. No daba una imagen acorde a su puesto. Pero poco a poco se repuso a la situación y, al final, se ganó a la prensa desde su timidez.

-¿Quién más gana en la distancia corta?

-Aunque parezca increíble, Joan Tardá es la persona más agradable de la Cámara. Los periodistas decimos que en el Congreso había varias folclóricas: Magdalena Álvarez, Bibiana Aído, Leire Pajín, Celia Villalobos y el propio Tardá. Pero lo de este no es casualidad, los nacionalistas suelen escoger a las personas más simpáticas para ofrecer una cara amable en Madrid. Es lo que ahora sucede con Amaiur, que sonríen mucho e incluso nos ofrecen café.

-¿Es la misma simpatía que mostraron algunos diputados con los indignados?

-Ningún miembro del anterior Gobierno excepto Ramón Jáuregui criticó a los indignados. El día que este hizo un discurso en el que defendió el sistema, muchos de los periodistas se lo agradecimos. ¡Ya era hora de que alguien hablara sin complejos!

-Para terminar, si una máquina del tiempo pudiera transportarla a otra época en el Congreso, ¿cuál habría elegido?

-La Transición. Me hubiera encantado estar el 23-F y haber retransmitido el golpe de Tejero en directo desde el búnker, una sala que hay al lado de la tribuna de prensa. Cuando entré por primera vez en el Congreso, me dije: “cuánto me he perdido”.

miércoles, 13 de junio de 2012

La Demencia, la madre de la ciencia


Primavera de 1977. Un grupo de alumnos del Ramiro de Maeztu organiza una sentada que corta la calle de Serrano. El motivo es lo de menos. Eran tiempos de grandes cambios sociales y políticos -en junio de ese año se convocarían las primeras elecciones de la democracia- y algunos estudiantes del instituto no iban a desaprovechar la ocasión para dar la nota. Por ejemplo, con el lanzamiento de huevos a la embajada de Francia. Se trataba de hacer el gamberro por el puro placer de llamar la atención. “Me río yo de los indignados de hoy”, señala Alex, uno de los alumnos de entonces.

La idea de crear este movimiento espontáneo, divertido y travieso la tuvieron dos chicos de 17 años que aquél año cursaban COU. Una buena excusa para pasarlo bien y, más tarde, para asistir en pandilla cada fin de semana a los partidos que el Club Baloncesto Estudiantes disputaba en el polideportivo del instituto, el Antonio Margariños. Que todo quedara en casa iba a facilitar mucho las cosas porque en poco tiempo el grupo se transformaría en una hinchada ruidosa que ya no faltaría a un partido del 'Estu'.

Si bien el objetivo inicial no era el de formar un grupo de animación de baloncesto, el número de simpatizantes a La Demencia creció rápidamente. Los atrevidos y ruidosos cánticos que cada domingo se entonaban en la cancha del Margariños fueron algo más que un reclamo para los cientos de jóvenes que acudían a los partidos. Gritos como “¡Demencia, Demencia, la madre de la ciencia!” se convirtieron en un clásico en la grada estudiantil.

Había cánticos, pero también ídolos, que nada tenían que ver con los de hoy, ya que ni siquiera se trataba de los jugadores del 'Estu'. Los grandes ídolos eran Garibaldi, el esqueleto del laboratorio de ciencias del instituto; heroínas como la reina castellana Juana La Loca o los “compañeros presos” de Leganés y Ciempozuelos, donde había conocidos centros de salud mental.

En esta primera época más importante incluso que los jugadores eran los líderes de la Demencia. Históricos como Belinchón, Garzón, Larry o Gavioto eran considerados como una parte más del patrimonio del club. Nacho Azofra, ex jugador e ídolo de Estudiantes, recuerda lo que sucedía cuando perdían un partido en cancha contraria. “En ocasiones, miembros de La Demencia subían a nuestro autobús y no dejaban que iniciásemos el viaje de vuelta... venían a animarnos y el entrenador se lo tomaba con paciencia, ya que salíamos cuando ellos lo decidían”.

El de Azofra es el ejemplo perfecto de jugador estudiantil. En primer lugar porque fue alumno del Ramiro de Maeztu y porque, más tarde, jugó durante quince temporadas. “En mi época de estudiante en el Ramiro de Maeztu me sentaba con ellos de vez en cuando. Al único que recuerdo es a Gavioto”.

La simbiosis entre la Demencia y los jugadores de Estudiantes ha sido el fruto de muchos años de apoyo incondicional. Tanto es así que hasta los jugadores de otros equipos han reconocido en más de una ocasión lo incómodo que supone enfrentarse a Estudiantes cuando juega de local. “En más de una ocasión los rivales me han confesado lo divertidos que eran los partidos con nuestra afición, pero también que a muchos jugadores les desconcentraban con sus cánticos”.

Uno de ellos fue Alberto Herreros, el jugador formado en la cantera estudiantil y traspasado en 1996 al eterno rival, al Real Madrid. En los primeros partidos en los que volvió vestido de blanco a su antigua pista, la Demencia le abucheaba con fuerza y le dedicaba cánticos que -como él reconoció más tarde- influyeron en su bajo rendimiento. A otro que no le perdonaron su marcha al Real Madrid fue a Felipe Reyes, al que cada vez que vuelve a jugar contra Estudiantes le gritan: “Feli-pesetero”, síntoma de que La Demencia es ahora un grupo dedicado en exclusiva al baloncesto.

Muy lejos quedan ya los tiempos en los que los dementes se convirtieron al islam. Fue en 1981 cuando el Sha de Persia fue derrocado por un grupo de barbudos que acabaron con la monarquía. Ese mismo año y a 4.800 kilómetros de Teherán, en el número 127 de la calle de Serrano de Madrid, tuvo lugar otra 'revolución': el Estudiantes superó al Real Madrid y estuvo a punto de ganar la liga.

Para los Dementes aquello era algo más que una casualidad, “era una señal del cielo”. Por eso desde aquel año comenzaron a utilizar turbantes, chilabas y pañuelos palestinos, el rasgo distintivo por el que se les conoce en toda España y del que, treinta años después, no se han desprendido.

Hace tan solo un mes, el Estudiantes descendía por primera vez en su historia a la liga LEB. Algo que podría evitarse si en los próximos días los equipos que se han ganado su ascenso a la liga ACB no presentan los avales necesarios para disputar la máxima competición del baloncesto español. Un miembro de la actual Demencia, Sergio Alonso, no querría que su equipo “ganara en los despachos”. “Si hemos descendido en la cancha hay que aceptarlo, de lo contrario es probable que hagamos alguna protesta”. Así es La Demencia, imposibles de predecir.

miércoles, 6 de junio de 2012

Corderos con piel de lobo


Por primera vez en la historia de la autonomía vasca, un Gobierno no nacionalista accede el poder. La alianza formada por el socialista Patxi López y el popular Antonio Basagoiti, rompe con tres décadas de lobos, en ocasiones, con piel de cordero. En la formación del nuevo Gobierno, una de las propuestas más esperadas: revertir la política lingüística implantada por el PNV desde el comienzo de la autonomía.

Tres años después, un diputado de UpyD, Gorka Maneiro, le ha recordado al Gobierno de coalición sus incumplimientos en materia lingüística. El diputado ha realizado una lista de casos flagrantes de discriminación lingüística que han tenido lugar en esta legislatura.

En la lista aparece un grupo especialmente castigado por la política lingüística: se trata de los empleados públicos, a los cuales se les exige conocimientos de euskera a pesar de que saber el idioma no es necesario para desempeñar su trabajo. Es el caso, por ejemplo, de los profesores sustitutos (de enseñanza no universitaria) a los que se les pide que sepan vascuence para dar clases de un idioma extranjero en el modelo A, (todas las asignaturas se imparten en castellano salvo el euskera).

La situación de los profesores contrasta con el propio Gobierno Vasco, cuyo personal directivo además del grupo socialista en el parlamento vasco no tienen exigido el conocimiento del euskera, cosa que también requieren a profesores sustitutos para dar clase de lengua castellana en el modelo A. Otros damnificados son los que imparten cualquier otra asignatura en castellano o en lengua extranjera. Como a una rusa que había cursado filología francesa en Rusia y a la que ni siquiera se la permitía dar clases de ruso como sustituta en la escuela oficial de idiomas.

Una retahíla de ejemplos que ponen de manifiesto que la enseñanza no universitaria está prácticamente cerrada a los profesores que no saben vascuence, incluso cuando las asignaturas se imparten en castellano o en lengua extranjera. Para que los no vascoparlantes pudiesen impartir ciertas asignaturas sólo sería posible cuando no hubiera vascoparlantes disponibles.

Hay más casos escandalosos. Como el de un director de orquesta que a pesar de tener amplia experiencia, conocimientos musicales contrastados y gozar del respaldo de alumnos y padres, podría perder su empleo por no saber euskera, algo que nunca ha necesitado para ejercer su profesión.

Si ninguno de los casos anteriores parece lo suficientemente grave, la política lingüística nacionalista ha provocado un caso especialmente doloroso. Es el de una mujer sordomuda a la que se le ha exigido un perfil lingüístico para poder seguir trabajando como auxiliar de cocina. La mujer, por razones obvias, ni siquiera podría ser examinada.

Todo esta sucesión de puntos negros en la administración vasca es aún más irritante cuando se conocen situaciones en las que funcionarios que han acreditado conocer el euskera no utilizan el mismo en su día a día. Es más, incluso para realizar un escrito en euskera se les obliga a pasar por los servicios de traducción, lo que revela dos cosas: que ni siquiera se confía en quienes en teoría deberían saber euskera y que socialistas y populares han caído en sus propias contradicciones al imitar un vicio nacionalista. Corderitos con piel de lobo.

jueves, 31 de mayo de 2012

El Schindler italiano


Cuando Odoardo Focherini conoció -a través del cardenal de Génova, Boetto Pedro- a Raimondo Manzini, director del diario Avvenire d'Italia, su vida dio un giro de 180 grados. El periódico -el primero de inspiración católica en Italia- se había convertido bajo la dirección de Manzini en un baluarte contra el régimen fascista de Mussolini. Eso y su línea católica sedujeron al joven Focherini para embarcarse en la aventura. A decir verdad, su vida no había sido otra cosa que una sucesión de retos y compromisos.

Pronto iba dejar a las claras que tenía madera de líder y que el auge del fascismo en Italia no le iba a impedir profesar su fe católica. Con 19 años Focherini fundó los scouts católicos en Carpi, ciudad en la que nació en 1907 y en la que después sería jefe del movimiento de su diócesis y uno de los principales referentes de Italia. Años más tarde, a los 27, se convirtió en presidente de la Acción Católica Italiana.

En estas circunstancias a Manzini no le costó mucho convencer a Focherini para que se incorporarse al Avvenire d'Italia. Focherini evidenció en muy poco tiempo lo que tantas veces demostró durante su juventud: capacidad de liderazgo. En 1937 se convirtió en director administrativo de un periódico que cada vez disimulaba menos su oposición a Mussolini. Sus críticas al fascismo y la contratación -una vez iniciada la segunda guerra mundial- del periodista judío Giancomo Lampronti, convirtieron al diario en uno de los medios más críticos.

A pesar de las dificultades de remar contracorriente, Odoardo Focherini jamás daba marcha atrás ante los proyectos que emprendía. Si el cardenal Boetto Pedro fue el nexo que le permitió entrar en el diario dirigido por Manzini, también lo sería para conocer a la Delasem (Delegación de Asistencia a los Emigrantes Judíos), una organización que se encargarba de atender a los miles de judíos que huían de los países invadidos por Hitler. Una vez más, Focherini recogió el guante que le lanzó el cardenal de Génova y participó en la organización. Era el año 1943.

Para entonces Italia había sufrido la invasión alemana por el norte como réplica al desembarco de los aliados en el sur. Muchas ciudades italianas como Carpi (al norte, cerca de Módena) comenzaron a conocer cómo se las gastaban las SS nazi. Especialmente los judíos, que meses atrás se creían a salvo y ahora luchaban por huir a Suiza. Muchos lo lograron gracias a Odoardo Focherini, ya que hizo de la Delasem una red de seguridad que falsificaba los documentos que permitían a los judíos cruzar la frontera.

No era la primera vez que Focherini se había jugado el pellejo salvando a judíos, ya que en 1942 escondió en un tren de la Cruz Roja a algunos que venían de Polonia. Con la llegada de las SS y las primeras deportaciones, Focherini se convenció de que tenía que hacer algo por ellos y, gracias a la ayuda del padre Dante Sala, párroco de San Martín Spinjo en la provincia de Módena, logró salvar a 105 judíos de ser internados en campos de trabajos forzados o, directamente, ejecutados.

Desde luego, el proceso no era sencillo. En primer lugar, porque Focherini tenía que encargarse personalmente de contactar los familiares residentes en el país de origen, conseguir los documentos -para luego falsificarlos- y, lo más importante, reunir el dinero suficiente para efectuar la escapada. Una vez su cuñado Bruno Marchesi le alertó del peligro que eso suponía: “deberías pensar más en tus hijos”, le advirtió. Focherini respondió: “si hubieras visto, como yo, lo que hacen padecer a los judíos, lamentarías no haber salvado un número mayor”.

El empeño que puso en salvarlos fue enorme. Tan grande que era muy difícil mantener sus gestiones en secreto duranta más tiempo. El 11 de marzo 1944 Focherini fue detenido en el Hospital de Carpi mientras atendía a un judío enfermo. Los nazis no perdonaron su caridad. Desde entonces, el periodista pasó el resto de su vida encarcelado y, más tarde, interno en campos de trabajos forzados. La cárcel de San Giovvani in Monte, Fossoli, Gries, el campo de Flossenburg y el de Hersbruck fueron los lugares en los que pasó sus últimos nueve meses de vida.

El de Hersbruck (Alemania) era un campo de concentración en el que a los presos se les obligaba a trabajar doce horas al día. Quienes no aguantaban el ritmo se les marcaba con una K en la frente para después enviarlos a los hornos crematorios.

Herido en una pierna y sin recibir cura alguna, Odoardo Focherini contrajo una septicemia que le provocó la muerte el 27 de diciembre de 1944. Antes de morir escribió una carta (ver apoyo) y propició la fuga del judío Enrico Donati.Casi 70 años después, el Papa Benedicto XVI le ha declarado mártir de la Iglesia.

viernes, 25 de mayo de 2012

La carrera interminable


Tohil Delgado está convencido de que no es un mal estudiante, que todo ha sido una campaña de la derecha para desprestigiarle no solo a él sino a todo el movimiento social de izquierdas que protesta contra las últimas reformas del Gobierno. A sus 28 años es el secretario general del Sindicato de Estudiantes y aún no sabe lo que es trabajar, aunque -dice- eso no es culpa suya, ya que cuando acabó Sociología en 2006 no encontró trabajo. Razón por la que más tarde se matriculó en Antropología.

Desde entonces Tohil Delgado lidera -sin remuneración alguna, aclara- uno de los mayores sindicatos de estudiantes de España. El sindicato se fundó en 1985 y se define como una organización antifascista y anticapitalista integrada fundamentalmente “por hijos de trabajadores”. Utilizan una dialéctica marxista, ya que afirman que la lucha es el único camino para dejar de sufrir una educación en malas condiciones. Mal que -aseguran- no lo sufren los hijos de los capitalistas.

Uno de los rasgos que caracteriza al Sindicato de Estudiantes es su compromiso con la calle. Lo demostró el día 10 de mayo al convocar una manifestación contra los recortes del Gobierno en la enseñanza pública. El 22 de mayo volvieron a salir, esta vez en la huelga general de profesores que se celebró -con poco seguimiento- en toda España. “Ha habido una agresión contra la enseñanza pública y nuestro deber es defenderla”, dice Tohil. Aunque cuando de verdad le gustaría salir a la calle es en una huelga general de 48 horas, iniciativa que ya le ha propuesto a los líderes de CCOO y UGT.

Pero no es lo único a lo que Tohil dedica su tiempo. Como líder sindical su margen de actuación trasciende el ámbito estudiantil, ya que es colaborador del diario El Militante, un periódico digital de corriente marxista revolucionaria. En otras ocasiones el protagonismo del sindicato incluso traspasa nuestras fronteras, como cuando apoyó una campaña contra la represión sindical en Venezuela. “Para que luego digan que apoyamos a Chavez”, dice. Pero si se le pregunta por su ideología, Tohil no se esconde: “me considero de izquierdas, marxista”.

De izquierdas es también la secretaria de organización y secretaria general en Asturias del mismo sindicato, Beatriz García. Tiene 27 años y está en quinto curso de Filosofía en la Universidad de Oviedo. Al igual que Tohil, ha apoyado algunas acciones que poco tienen que ver con el movimiento estudiantil. En una ocasión firmó un manifiesto a favor de los astilleros de Gijón y más tarde pidió la liberación de dos trabajadores del sector que estaban acusados de terrorismo por unos incidentes ocurridos en 2007.

De apología del terrorismo no ha sido acusado Alberto Ordóñez, el presidente de Faveem (Federación Valenciana de Estudiantes de Enseñanzas Medias), que escribió sobre Esperanza Aguirre que “debería mirar debajo del coche al salir de su casa”. Pero Ordóñez ya sabe lo que es un calabozo desde que le detuvieran por los altercados de Valencia en las manifestaciones del pasado febrero contra el Gobierno autonómico. Después de las mismas le entregó un documento a la delegada del Gobierno en el que le explicaba cómo se tenía que comportar la polícia “en las manifestaciones pacíficas”.

El líder estudiantil valenciano es partidario de que los derechos “se conquisten con violencia”, algo que -asegura- saben todos aquellos que conocen la Historia. En lo que respecta a su ideología, Ordóñez se declara admirador de Amaiur, Fidel Castro y Hugo Chávez, aunque dice que todo esto está al margen de su faceta como presidente de Faavem.

A diferencia de otros líderes sindicales, Ordóñez es mucho más joven -veinte años- y no estudia una carrera universitaria. Está en segundo curso del módulo de FP superior integración social, cosa por la que ni mucho menos se considera un mal estudiante. Para él los malos son “aquellos que compiten en el aula y no se preocupan de salir a la calle a reivindicar una educación de calidad. Hay que protestar aunque nos cueste horas de estudio”.

Una que también está muy ocupada estudiando es Cristina Pastor, la secretaria general de Creup (Coordinadora de Representantes de Estudiantes de Universidades). Licenciada en Derecho por la Universidad Miguel Hernández de Elche, ahora hace el segundo ciclo de Ciencias Actuariales y Financieras. Aunque reconoce que ampliar conocimientos siempre es bueno, dice que es muy sacrificado compaginarlo con la representación de estudiantes.

Pastor presume de que el sindicato al que representa tiene un sistema mixto de financiación, esto es, no tienen subvenciones fijas sino que estas dependen de la adjudicación que el Ministerio de Educación considera en función de los proyectos que presenta el sindicato.

Desde luego, Cristina Pastor está más formada que su antecesora en el cargo, María José Romero Aceituno, quien aún no ha acabado la carrera de veterinaria tras nueve años matriculada.

jueves, 17 de mayo de 2012

En peores plazas hemos toreado




En los primeros años de la posguerra, el Gobernador Civil de Madrid publicó un bando en el que prohibía la mendicidad. Decía así: “teniendo en cuenta las circunstancias especiales que concurren en la capital y los peligros que para la salud pública representa la presencia y aglomeración de mendigos en las inmediaciones de servicios públicos, toda clase de espectáculos, cafés y bares, he tenido a bien disponer la prohibición rigurosa del ejercicio de la mendicidad”.

La medida evidenciaba la situación extrema que se vivía en aquellos años de hambre y miseria tras la Guerra Civil. Miles de mendigos se agolpaban cada día a las puertas de bares y comercios con la esperanza de poder llevarse algo a la boca gracias a la caridad de la gente.

Poco después de concluir la guerra, el 14 de mayo de 1939, Franco aprobó el racionamiento, una medida destinada a abastecer a la población de los productos de primera necesidad tales como huevos, leche, pan, azúcar... Millones de españoles no tuvieron otra manera de alimentarse que uniéndose a las largas colas que cada día se formaban en todo el país.

Al margen del racionamiento de alimentos, desde el Gobierno se tomaron otras medidas duras para paliar la crisis que azotaba a España en aquellos años. En 1947 se aprobó un primer plan de Estabilización y otro en 1959. “A partir de ahí hubo una apertura al exterior creciente hasta conseguir, como culminación, nuestra participación como fundadores de la Eurozona”, asegura el economista Juan Velarde. La recuperación -apunta- se produjo gracias a que la política económica fue manejada con acierto.

Junto a las medidas que se adoptaron en la posguerra hay otro aspecto esencial que ayudó a la recuperación del país: el factor humano. Para muchos de los que vivieron las difíciles décadas de los cuarenta y cincuenta, aquella sociedad tenía otra concepción del trabajo y de la vida. Cuestiones como el espíritu de sacrificio, la ética del trabajo, la responsabilidad o la ambición (que no codicia por el dinero) “eran valores característicos de la época”, señala el sociólogo Amando de Miguel.

En esa idea también insiste el historiador Ricardo de la Cierva que aporta algunas de las claves que hicieron posible que esa generación reconstruyera un país devastado por la guerra. “Salimos adelante desde el convencimiento por parte de todos los españoles, de cualquier procedencia e ideología, de que la violencia no es solución a los problemas. Todos se unieron en aras de conseguir un futuro mejor, y eso se logró gracias al sacrificio y a las ansias de paz de todos”.

Las diferencias -muchas según los entrevistados- no solo se dan entre ambas sociedades, sino también entre la crisis de entonces y la actual. En los años cuarenta España era un país fundamentalmente agrícola y aquella crisis fue, sobre todo, de escasez de los servicios más básicos. La de hoy, por el contrario, es una crisis financiera. “Los problemas de antes eran reales, no financieros, incluso los bancos funcionaban... Tan solo hubo que arreglar el desajuste creado entre la peseta nacional y la republicana”, señala Juan Velarde.

Como consecuencia de ese desajuste y del aumento de la oferta monetaria en la posguerra, se produjo una gran inflación que castigó durante años a una población carente de recursos. Precisamente para compensar esta situación se utilizaron las cartillas de racionamiento, algo que nada tiene que ver con la crisis financiera actual. “La de ahora es consecuencia del endeudamiento de las familias, las empresas y el Estado”, dice Velarde.

El contraste entre los años cuarenta es grande a pesar de que en España la cifra de paro esté en torno al 25% de la población. En la posguerra no había esa tasa de paro tan elevada si bien es verdad que tampoco había prestaciones por desempleo. Ante la miseria a muchos no les quedó más remedio que emigrar, un fenómeno que hoy se repite aunque a menor escala y en unas condiciones muy diferentes.

Y es que emigrar en el siglo XXI es bien sencillo. Basta con teclear en un ordenador unos minutos para comprar un billete de avión a un precio asequible. Además la libertad de circulación en la Unión Europea facilita aún más las cosas. La de hoy es una emigración temporal que nada tiene que ver con la de los años 40 y 50 cuando la mayoría de los españoles hacían las maletas conscientes de que ya no volverían más. Por si fuera poco, las distancias se han acortado gracias a internet, que puede mantener en contacto a dos personas que están a miles de kilómetros.

El hecho de que aquella generación emigrara en masa sobreponiéndose a las adversidades -menor nivel cultural y profesional respecto a los ciudadanos de los países de acogida- tenía aún más mérito. También tenían una gran capacidad de sufrimiento que contrasta con “las pocas ganas de emigrar” que hoy tienen muchos parados, según apunta Amando de Miguel.

Ese coraje y ese espíritu de sacrificio son los que Enrique de Aguinaga reclama para su generación, la de la posguerra. El catedrático de periodismo y cronista oficial de la Villa de Madrid, se resiste a mantener la idea negativa que muchos tienen sobre los años 40. “Da la impresión de que ahí se acababa el mundo, de que andábamos por las calles de Madrid llorando, cabizbajos y andrajosos, aplicando todos los esfuerzos a la pura supervivencia. Mis recuerdos no son exactamente estos, que ahora nos cuentan, de oído, quienes no vivieron aquel tiempo”.

De esos recuerdos o lecciones de la Historia los españoles, por lo general, “aprendemos poco y mal, aunque desde 1939, estamos seguros de que la Guerra Civil no será jamás una solución” señala Ricardo de la Cierva. En parecidos términos se refiere Juan Velarde, que lamenta que sólo su generación aprendiera de los años tan duros de la posguerra, ya que las siguientes generaciones “lo ignoran todo respecto a lo que ocurrió en España en aquellos años”.

Mucho se ha escrito sobre esta crisis financiera, pero han sido muy pocos los que al hablar de ella se han acordado de que también hay una crisis de valores. Uno de ellos es Ricardo de la Cierva que propone “cultivar una serie de valores” porque cree “que estos están íntimamente relacionados con la actual situación. Ahora los valores parecen haberse trastocado: no se premia al mejor y al que más se esfuerza. El español de ahora tiende a trabajar lo menos posible y a obtener el mayor beneficio posible. Se ha perdido ese espíritu de sacrificio y de superación”.

Estos cuatro testimonios reivindican esa época de esfuerzos y sacrificios en la que los españoles aprendieron a vivir con lo puesto. Un tiempo que está aún muy lejos de parecerse al actual en el que la clase media española -inexistente en la posguerra- soporta con mayor o menor intensidad los recortes que llevan produciéndose en nuestro país en los últimos tiempos.

Hay un último paralelismo: si en los cuarenta y cincuenta la comida de la mayoría de los españoles dependía exclusivamente de las cartillas de racionamiento, ahora muchos de los parados encuentran cobijo y alimento en los comedores de Cáritas.