Hay gestos que delatan. Que la ultraizquierda organice una 'cacerolada' para pedir el cierre de la capilla de Somosaguas días después de la exitosa misa de desagravio es síntoma de su debilidad y del estado permanente de paranoia en el que vive.
Esta vez no se presentaron feministas desnudas. Solo un reducido grupo -cazo en mano- de nostálgicos de los años 30 clamó contra ese enemigo imaginario al que tanto necesitan para que sus proclamas adquieran algo de sentido. Lean: “Madrid será la tumba del fascismo” y “no pasarán” (¿quiénes?) fueron las consignas más repetidas. Eso y desnudarse ante un altar conforman los actos más heroicos del manual del buen revolucionario.
El desconcierto que les produjo la reacción de los católicos que acudieron a la misa de Somosaguas ha quedado patente. Los fieles se comportaron de forma pacífica, es decir, ofreciendo la otra mejilla. Lo propio de un cristiano. Y todo eso tras ver como un grupo de hordas izquierdistas profanaban un lugar de culto.
Cuando la realidad te pega una bofetada tan rotunda, solo queda el victimismo: “somos objeto de una campaña de criminalización orquestada por los medios de comunicación”. “Fuera fascistas de la Universidad”. Otra lección magistral. Vivat academia, Vivat Berzosa.
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