sábado, 10 de septiembre de 2011

Tomas fallidas


El pasado martes 19 de julio el Servicio Médico Legal de Chile corroboró -si es que aún había dudas- que Salvador Allende se suicidó. El informe científico reveló que el presidente chileno se pegó un tiro en la cabeza con el fusil AK-47 que le regaló Fidel Castro. Estas evidencias desmontan las teorías que señalaban como responsables de su muerte a los militares golpistas o a los agentes encargados de la seguridad del mandatario chileno. La pregunta es: ¿Quiénes eran esos agentes?

En torno al mediodía del 11 de septiembre de 1973 Salvador Allende permanecía hecho un manojo de nervios en el interior del Palacio de la Moneda. La situación no era para menos: los aviones Hawker Hunter de las Fuerzas Armadas chilenas llevaban un rato bombardeando la residencia presidencial, y el dirigente no tenía claro si luchar o entregarse.
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Alrededor de él se encontraban Augusto “El Perro” Olivares, jefe de prensa en la Televisión Nacional de Chile, y algunos miembros de la seguridad del Jefe del Estado chileno, entre los que estaban el cubano Patricio de la Guardia, el máximo responsable. De la Guardia fue enviado por Castro para velar por la integridad del líder socialista como prueba de la estrecha relación que mantenían.
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Cuando finalmente Allende decidió tirar por la calle de en medio, es decir, ni luchar ni entregarse, Patricio huyó despavorido para evitar que los militares golpistas le capturasen. Sobre él y su gemelo Antonio, más conocido como Tony, se llegó a decir que en 1962 habían colocado cargas explosivas en la sala principal del edificio de las Naciones Unidas si Cuba resultaba invadida por los Estados Unidos.

Los hermanos de La Guardia eran especialistas en inmiscuirse en los asuntos más farragosos del Gobierno de La Habana. Por ejemplo en el MC, una estructura secreta creada en el seno del Ministerio del Interior y destinada a sortear el embargo norteamericano. Este organismo, del que Tony era su cabecilla, estaba inmerso en el tráfico de drogas con la guerrilla colombiana.

La suerte de los gemelos cambió cuando la DEA estadounidense (organismo encargado de perseguir el narcotráfico internacional) descubrió que el régimen castrista comerciaba cocaína. El Gobierno norteamericano, consciente de la envergadura del asunto, creyó poder acabar con Castro si jugaba las cartas con astucia. Para ello pactó con un preso cubano, Gustavo Fernández alias 'Papito', para que participara en la emboscada que le iban a tender al ministro del Interior cubano, José Abrantes. Pero en un descuido 'Papito' se escapó y le contó a Castro lo que se estaba urdiendo en Washington.

El Comandante reaccionó con un golpe de efecto: arrestó a los hermanos de La Guardia y a su subordinado Amado Padrón acusándoles de tráfico de drogas y de perjudicar la revolución. También incluyó en el lote al general Arnaldo Ochoa y a su ayudante, el capitán Jorge Martínez.

Con esta maniobra Castro solucionó dos problemas en uno: por un lado se desmarcó de cualquier relación con el tráfico de drogas; y por otro quitó de en medio al general Ochoa, quien poco antes de su detención asumió el mando del ejército cubano y manifestó sus simpatías por la Perestroika.

El proceso judicial que se encontraron los acusados resultó ser una farsa. El Tribunal estaba compuesto por oficiales de la Seguridad cubana y los abogados de la defensa fueron designados por el propio Gobierno. Además el juicio fue televisado. Orlando Jiménez Leal, creador del documental 8-A, afirmó: “las declaraciones de los acusados son como las tomas fallidas de una película”.

Antes de la sentencia, en un arrebato de dignidad, el ministro Abrantes espetó a Castro: “Tú sabías lo que hacían, y ni siquiera todos, pues Ochoa jamás tuvo nada que ver”. Esta sugerencia le costó el internamiento en una celda en la que luego encontró la muerte a causa de un misterioso infarto.

El final de la historia fue delirante: la Sentencia que dictó el Tribunar Militar fue ratificada por el Consejo de Estado y por muchos generales que declararon en el proceso. De los acusados solo Patricio de la Guardia logró eludir la pena de muerte. El resto fue fusilado en las inmediaciones de la playa de la Baracoa, al oeste de La Habana, en la madrugada del 13 de julio de 1989.

A pesar de que el Tribunal no encontró ninguna prueba contra ellos, Ochoa, Amado Padrón, el capitán Martínez y Tony de la Guardia prefirieron declararse culpables. Hete aquí el misterio.

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