¿Es Manolo Jiménez un entrenador preparado para mantener al Sevilla en la inercia ganadora de los últimos años?
Es una pregunta que, a medida que transcurren los partidos, va encontrando cada vez una respuesta más clara. Al margen de que su estilo guste más o menos, lo que aquí debe de ponerse en entredicho es si él puede hacer de la actual plantilla algo más que un equipo peleón y rácano.
Ahora que los resultados ya no acompañan, deberá abrirse el debate acerca del juego que despliega un día sí y otro también este Sevilla. Sin los puntos en la buchaca, las vergüenzas del equipo de Jiménez salen al descubierto.
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Lo cierto es que se da el caso de que Jiménez entrena a un club cuyo presidente le impone un nivel de exigencia que quizá no esté cualificado para soportar. Del Nido, poco amigo de la mediocridad, sabe que si no mantiene el discurso de la ambición, le crecerán los enanos, o en este caso, los mediocres.
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Quizá el partido de esta tarde en Valladolid se convierta en un punto de inflexión en la etapa de Jiménez en el banquillo sevillista. Después de esta horrible semana -derrotas ante Málaga y Ponferradina- es más que probable que desde la presidencia se empiecen a cuestionar la valía, y sobre todo, los paños calientes que pone Jiménez cada vez que las cosas vienen mal dadas.
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Como ejemplo tenemos las excusas con las que Jiménez se estuvo curando en salud en la previa del partido de Valladolid. Éstas, no hacen sino reafirmar a aquellos que creen que un entrenador que se lamenta de esa forma no podrá jamás entrenar a un equipo con aspiraciones a títulos.
Lo malo es que con la temporada ya comenzada, deberá meditar el presidente si es éste el entrenador de la ambición o el de la mediocridad.
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