Juan José Sanz Jarque, divisionario
El soldado 140, Spain Div-11-III Bon R 263 llegó a la División Azul tras escuchar por la radio la arenga que el ministro Serrano Súñer dedicó a la juventud española desde el balcón del número 44 de la calle Alcalá de Madrid. Para Juan José Sanz Jarque supuso la posibilidad de luchar contra el comunismo que no tuvo durante la Guerra Civil, en la que vivió de cerca los horrores propios de la contienda y del totalitarismo ruso.
En la Guerra Civil española aprendió algunas lecciones valiosas. Su pueblo, Martín del Río (Teruel), fue rápidamente ocupado por las fuerzas republicanas. Un día los milicianos entraron en su casa y robaron a su familia todo lo que tenían para comer. A pocos kilómetros estaba el frente de Teruel, en el que no disparó un solo tiro pero ayudó a enterrar a los caídos en combate. Eso le curtió.
-¿Qué es exactamente lo que motiva a un joven de 17 años a marcharse a Rusia a pegar tiros?
-Todo lo que vi con anterioridad a la guerra y durante la misma. En el año 32 hubo un estallido bolchevique en mi pueblo. Quemaron los archivos y quisieron matar al cura. Las fuerzas de la República vinieron a sofocar la revuelta. La prensa tituló: “Se ha implantado el comunismo libertario”. Los comunistas impidieron que los niños en el colegio continuásemos estudiando la Constitución, izando la bandera y cantando el himno de Riego.
Cuando acabó el bachillerato se hizo profesor, maestro nacional interino. Fueron años en los que conoció a Manuel Alvar y Fernando Lázaro Carreter, ambos llegarían a ser académicos. Sanz Jarque reconoce que cuando escuchó la frase “Rusia es culpable” del ministro de Asuntos Exteriores fue como “un clarinazo extraordinario”, un eslogan del que resultaba difícil huir. Pero sobre todo se apuntó a la invasión debido a la revolución y la Guerra Civil que vivió en su pueblo.
- Tras el discurso de Serrano Súñer 20.000 jóvenes tomaron las calles proclamando sus ganas de adherirse a la División Azul. ¿Eran idealistas o simplemente aventureros?
- Entendimos que era la forma de devolverles la visita a los soviéticos y, sobre todo, de luchar contra el comunismo. No se me olvidaba cómo en mi pueblo se cantaba la Internacional y se izaba la bandera de la hoz y el martillo. Fuimos una juventud precoz, sacrificada y heroica. Precoz porque en nuestra guerra, siendo menores, tuvimos que hacer la función de los adultos; sacrificada porque además estudiábamos lo que podíamos; y era heroica porque lo dimos todo sin pedir nada a cambio.
- O sea que no es verdad aquello de que muchos iban obligados...
- Totalmente mentira. Podría haber casos aislados pero la mayoría fuimos por ideales. Además en mi caso al tener 17 años tenía que pedir el permiso de mi padre, cosa nada fácil. Menos mal que me enteré que el jefe provincial de Falange, Pío Altolaguirre, también daba esas autorizaciones. Me la firmó y me dijo: 'que tenga usted mucha suerte'. Salimos hacia Rusia con una ilusión que aún no hemos perdido.
Entre los que partieron en la madrugada del 15 de julio de 1941 desde la estación del Norte de Zaragoza se podían distinguir universitarios, militares, jefes, suboficiales y soldados, funcionarios, miembros de Acción Católica y mandos del SEU y Falange. Juan José Sanz tiene grabada a fuego la imagen de todo su batallón en silencio rezando el rosario en el tren.
En efecto, la religiosidad estuvo muy presente en la División 250. Para Sanz Jarque y algunos de sus compañeros de Acción Católica coincidir con el padre Indalecio propició la creación de “Las Capillas del Pilar”, pequeñas reuniones en las que rezaban juntos. El padre Indalecio fue muy querido en su batallón y no sólo por su papel como sacerdote sino porque estuvo presente en todas las batallas enterrando a los caídos.
En el terreno espiritual hubo otro aspecto que llamó la atención de los divisionarios: encontrar que la fe seguía viva entre miles de ciudadanos soviéticos a los que el régimen comunista no había logrado 'educar'. También es verdad que en una situación de guerra como la que vivió la Unión Soviética a Stalin le convino reabrir las iglesias para formar un bloque común contra el invasor alemán.
- ¿Percibieron en el pueblo ruso complicidad o por el contrario fueron tratados como invasores?
- Tuvimos mucho contacto con el pueblo ruso, del que nos sentíamos hermano. Les comprábamos leche, mantequilla, huevos, gallinas... y siempre lo pagábamos todo. En muchas ocasiones fuimos sus protectores. Nos dimos cuenta de que mantenían su religiosidad a pesar de Stalin. Le cuento una anécdota.
- Adelante.
- Una vez me escapé de Vilnia (Lituania) con un compañero al que llamábamos Pastrana. Allí nos encontramos una gran manifestación de fe. Recuerdo que era 13 de mayo, fiesta de nuestra Señora de Fátima y vimos un gran cartel que decía “nuestra señora de la Aurora”. Otro día que recuerdo con emoción fue cuando en Possad me encontré a dos mujeres muy mayores que conservaban con cariño objetos personales de soldados españoles.
En la lucha a orillas del Voljov defendió con su unidad la cabeza de puente allí establecida. “No se me olvidará ver que los tanques no se hundían al pasar por encima del río”, recuerda. Una noche se vieron sorprendidos por un ataque descomunal. Toda la unidad estaba agazapada en la trinchera y muchos se despiojaban, ya que llevaban un mes sin lavarse. De pronto se inició un fuerte bombardeo de cañones y morteros que se prolongó durante una hora. Al acabar recibieron la carga de la infantería, la cual repelieron e incluso la hicieron retroceder al bosque.
- ¿Fue este uno de los episodios más heroicos que recuerda?
- Pudimos defendernos gracias a que los cañonazos nos pusieron en alerta. Muchos de mis compañeros estaban dormidos y otros despiojándose. Si en lugar de haber iniciado el ataque con los cañones y morteros lo hubiera hecho la infantería nos habrían hecho prisioneros a todos. Al día siguiente de la batalla nos visitó el general Muñoz Grandes. Nos dijo: “cuidad el coco en la trinchera”. Él creía que el día después a una gran batalla solía ser tedioso.
La vuelta a España de Juan José Sanz Jarque se produjo sin grandes estridencias. Siempre tuvo claro que iniciaría una vida civil como cualquier otra persona. Y lo haría sin presumir de haber sido divisionario ni tratar de sacar réditos por ello. Estudió Derecho. Fue abogado del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid, Premio Extraordinario de Doctorado de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid y Doctor Honoris Causa de la Universidad Federal del Brasil Goiás-Goiana.
Por eso rehúye cualquier afán de protagonismo porque “los verdaderos héroes son los que cayeron allí, no los que volvimos. Gracias a ellos muchos nos salvamos”.
La foto de Barasoain
Era vasco. Lo destinaron desde el principio a “servicios de la compañía”. Se encargó de tareas tales como la cocina y cuidar de los carros y caballos para los transportes al servicio del batallón. Los combates en Nitlikino fueron especialmente duros. Tanto es así que ante la cantidad de bajas en la 11ª compañía el mando decidió que Barasoain y otros encargados de hacer llegar los suministros a las trincheras se unieran al resto de soldados. Murió ametrallado. Juan José Sanz Jarque lo encontró tendido sobre su manta que aún estaba con la sangre fresca. Años más tarde siendo Juan José profesor del grupo escolar “Cándido Domingo” de Zaragoza, al pasar lista en una clase, se percató de que tenía un alumno apellidado Barasoain. Al día siguiente habló en privado con él y le enseñó una foto de una mujer que cogió del bolsillo del moribundo Barasoain. El joven alumno gritó angustiado: “¡es mi madre! ¿Cómo la ha conseguido?”. Acto seguido el profesor Sanz Jarque le contó la historia de su hermano y ambos se emocionaron.
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