jueves, 22 de diciembre de 2011

Entre Okupas



Luis Losada, presentador de El telediario 2 de Intereconomía, me pide que me infiltre en alguno de los pisos okupas del centro de Madrid y logre obtener información de primera mano. Antes, una advertencia: “Intenta quitarte la pinta de pijito sevillano”. Tomo nota y actúo en consecuencia. Mi indumentaria: pantalón de chándal, una cazadora sacada del baúl de los recuerdos, unas deportivas desgastadas y, de remate, una palestina enrollada al cuello.

Arribo al barrio de Huertas en busca del primer piso. La noche está a punto de caer y en la calle Concepción Jerónima hay menos transeúntes que en las adyacentes. Me detengo ante el número 11. Varias pancartas desplegadas en los balcones delatan la presencia de los antisistema en el interior del edificio.

Cinco minutos enfrente de la fachada son suficientes para que dos jóvenes extranjeros de origen magrebí se acerquen a mí. Ellos disparan primero: “Me suena tu cara, tú has estado en el Hotel Madrid, ¿verdad?”. Lo primero que pienso es que me han descubierto. Pero es imposible, por la sencilla razón de que jamás estuve allí. Inoportuna coincidencia. Les pregunto si viven con los okupas y me dicen que no les importaría, ya que cada día deambulan por un sitio distinto.

Ni políticos ni banqueros
Me pego a la puerta cuando veo que se acerca un grupo de jóvenes. Son dos chicas de pelo corto y aspecto desaliñado. Una de ellas lleva un perro atado por una correa a su mochila. Las acompaña otro joven, de baja estatura y con una coleta a modo de rasta.

-¿Puedo subir con vosotros?

-No, si no conoces a nadie.

-¿Y tenéis pensado iros de aquí?

-No.

Es lo último que dicen porque, desconfiados, cierran la puerta en mis narices. Reparo en que en la puerta hay colgado un folio en el que advierten que ni particulares ni cuerpos policiales pueden vulnerar “la inviolabilidad del domicilio”. ¡Toma nísperos!, que diría Campmany. Es evidente que el desalojo del Hotel Madrid no les ha achantado.

De momento no he grabado gran cosa. Voy por la calle Atocha camino de Tres Peces mientras pienso en lo que dirá Luis si regreso a la tele sin nada interesante. Paso por delante de una carnicería ‘especial para musulmanes’ y unos metros más allá está Tres Peces. Es una calle estrecha y, casi al principio, en el número 25, veo que desde uno de los balcones despliegan una escalera portátil. Son algunos de los okupas que se disponen a bajar. Al acercarme, compruebo que esta es la única manera que hay de entrar y salir del piso, ya que la puerta está sellada. Cuando baja el primero, le abordo sin rodeos:

-¿Os vais a ir de aquí?

-En unas semanas.

El día anterior reconocieron ante la prensa que habían cometido un error ocupando este edificio. La equivocación reside en que los dueños “no son ni políticos ni banqueros ni especuladores”. Lejos de caer en el desánimo, planean “ocupar treinta pisos en treinta días”.

Perros sí, flautas no
Mi último objetivo me lleva hasta el número 33 de la calle Corredera Baja de San Pablo, en el barrio de Malasaña. Al llegar, observo que hay una larga cola de hombres justo enfrente del edificio. Esperan a que abra el comedor social Santa Pontificia y Real Hermandad del Refugio. “Igual en la cola hasta hay okupas”, pienso. Me quedo en la puerta hasta que veo que una mujer de unos 65 años se detiene ante ella. No tiene mal aspecto. Lleva una bolsa de supermercado con comida. Podría pasar por una mujer cualquiera.

Cuando llama al telefonillo y le abren la puerta, me quedo perplejo. “¿Será una de ellos?”, me pregunto.

-Perdone, ¿va usted al piso okupa?

-¿A cuál quieres ir? Es que hay varios... ¿Por qué?

-Por saber si podría entrar... ¿Hasta cuándo se van a quedar aquí?

-Esto es una comunidad... y de momento no tengo ni idea.

De repente se presenta uno de los okupas. Joven, de unos veintitantos. Asegura que tienen pensado quedarse allí hasta que los echen.

-¿Podríamos (hablo en plural como si fuese a volver con alguien más) quedarnos a dormir?

-Pues no lo sé, eso lo tendrías que hablar con los chicos que abrieron... Lo que pasa es que ahora están fuera haciendo otras okupas. Pásate en un rato y hablas con ellos, yo te los presento.

-Entonces, ¿vuelvo en un rato?

-Sí, y llama al 2ºA o 2ºB y pregunta por Luis o Christian.

En honor a la verdad tengo que reconocer que ni he pasado miedo ni puedo calificar de perroflauta (en el sentido estricto del término) a ninguno de los okupas con los que me he topado. Si bien es verdad que había perros, también lo es que no vi instrumento de viento alguno. El tópico se va al garete, sí, pero es lo que sucede cuando uno escribe lo que ve y no lo que le cuentan.

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