jueves, 17 de mayo de 2012

En peores plazas hemos toreado




En los primeros años de la posguerra, el Gobernador Civil de Madrid publicó un bando en el que prohibía la mendicidad. Decía así: “teniendo en cuenta las circunstancias especiales que concurren en la capital y los peligros que para la salud pública representa la presencia y aglomeración de mendigos en las inmediaciones de servicios públicos, toda clase de espectáculos, cafés y bares, he tenido a bien disponer la prohibición rigurosa del ejercicio de la mendicidad”.

La medida evidenciaba la situación extrema que se vivía en aquellos años de hambre y miseria tras la Guerra Civil. Miles de mendigos se agolpaban cada día a las puertas de bares y comercios con la esperanza de poder llevarse algo a la boca gracias a la caridad de la gente.

Poco después de concluir la guerra, el 14 de mayo de 1939, Franco aprobó el racionamiento, una medida destinada a abastecer a la población de los productos de primera necesidad tales como huevos, leche, pan, azúcar... Millones de españoles no tuvieron otra manera de alimentarse que uniéndose a las largas colas que cada día se formaban en todo el país.

Al margen del racionamiento de alimentos, desde el Gobierno se tomaron otras medidas duras para paliar la crisis que azotaba a España en aquellos años. En 1947 se aprobó un primer plan de Estabilización y otro en 1959. “A partir de ahí hubo una apertura al exterior creciente hasta conseguir, como culminación, nuestra participación como fundadores de la Eurozona”, asegura el economista Juan Velarde. La recuperación -apunta- se produjo gracias a que la política económica fue manejada con acierto.

Junto a las medidas que se adoptaron en la posguerra hay otro aspecto esencial que ayudó a la recuperación del país: el factor humano. Para muchos de los que vivieron las difíciles décadas de los cuarenta y cincuenta, aquella sociedad tenía otra concepción del trabajo y de la vida. Cuestiones como el espíritu de sacrificio, la ética del trabajo, la responsabilidad o la ambición (que no codicia por el dinero) “eran valores característicos de la época”, señala el sociólogo Amando de Miguel.

En esa idea también insiste el historiador Ricardo de la Cierva que aporta algunas de las claves que hicieron posible que esa generación reconstruyera un país devastado por la guerra. “Salimos adelante desde el convencimiento por parte de todos los españoles, de cualquier procedencia e ideología, de que la violencia no es solución a los problemas. Todos se unieron en aras de conseguir un futuro mejor, y eso se logró gracias al sacrificio y a las ansias de paz de todos”.

Las diferencias -muchas según los entrevistados- no solo se dan entre ambas sociedades, sino también entre la crisis de entonces y la actual. En los años cuarenta España era un país fundamentalmente agrícola y aquella crisis fue, sobre todo, de escasez de los servicios más básicos. La de hoy, por el contrario, es una crisis financiera. “Los problemas de antes eran reales, no financieros, incluso los bancos funcionaban... Tan solo hubo que arreglar el desajuste creado entre la peseta nacional y la republicana”, señala Juan Velarde.

Como consecuencia de ese desajuste y del aumento de la oferta monetaria en la posguerra, se produjo una gran inflación que castigó durante años a una población carente de recursos. Precisamente para compensar esta situación se utilizaron las cartillas de racionamiento, algo que nada tiene que ver con la crisis financiera actual. “La de ahora es consecuencia del endeudamiento de las familias, las empresas y el Estado”, dice Velarde.

El contraste entre los años cuarenta es grande a pesar de que en España la cifra de paro esté en torno al 25% de la población. En la posguerra no había esa tasa de paro tan elevada si bien es verdad que tampoco había prestaciones por desempleo. Ante la miseria a muchos no les quedó más remedio que emigrar, un fenómeno que hoy se repite aunque a menor escala y en unas condiciones muy diferentes.

Y es que emigrar en el siglo XXI es bien sencillo. Basta con teclear en un ordenador unos minutos para comprar un billete de avión a un precio asequible. Además la libertad de circulación en la Unión Europea facilita aún más las cosas. La de hoy es una emigración temporal que nada tiene que ver con la de los años 40 y 50 cuando la mayoría de los españoles hacían las maletas conscientes de que ya no volverían más. Por si fuera poco, las distancias se han acortado gracias a internet, que puede mantener en contacto a dos personas que están a miles de kilómetros.

El hecho de que aquella generación emigrara en masa sobreponiéndose a las adversidades -menor nivel cultural y profesional respecto a los ciudadanos de los países de acogida- tenía aún más mérito. También tenían una gran capacidad de sufrimiento que contrasta con “las pocas ganas de emigrar” que hoy tienen muchos parados, según apunta Amando de Miguel.

Ese coraje y ese espíritu de sacrificio son los que Enrique de Aguinaga reclama para su generación, la de la posguerra. El catedrático de periodismo y cronista oficial de la Villa de Madrid, se resiste a mantener la idea negativa que muchos tienen sobre los años 40. “Da la impresión de que ahí se acababa el mundo, de que andábamos por las calles de Madrid llorando, cabizbajos y andrajosos, aplicando todos los esfuerzos a la pura supervivencia. Mis recuerdos no son exactamente estos, que ahora nos cuentan, de oído, quienes no vivieron aquel tiempo”.

De esos recuerdos o lecciones de la Historia los españoles, por lo general, “aprendemos poco y mal, aunque desde 1939, estamos seguros de que la Guerra Civil no será jamás una solución” señala Ricardo de la Cierva. En parecidos términos se refiere Juan Velarde, que lamenta que sólo su generación aprendiera de los años tan duros de la posguerra, ya que las siguientes generaciones “lo ignoran todo respecto a lo que ocurrió en España en aquellos años”.

Mucho se ha escrito sobre esta crisis financiera, pero han sido muy pocos los que al hablar de ella se han acordado de que también hay una crisis de valores. Uno de ellos es Ricardo de la Cierva que propone “cultivar una serie de valores” porque cree “que estos están íntimamente relacionados con la actual situación. Ahora los valores parecen haberse trastocado: no se premia al mejor y al que más se esfuerza. El español de ahora tiende a trabajar lo menos posible y a obtener el mayor beneficio posible. Se ha perdido ese espíritu de sacrificio y de superación”.

Estos cuatro testimonios reivindican esa época de esfuerzos y sacrificios en la que los españoles aprendieron a vivir con lo puesto. Un tiempo que está aún muy lejos de parecerse al actual en el que la clase media española -inexistente en la posguerra- soporta con mayor o menor intensidad los recortes que llevan produciéndose en nuestro país en los últimos tiempos.

Hay un último paralelismo: si en los cuarenta y cincuenta la comida de la mayoría de los españoles dependía exclusivamente de las cartillas de racionamiento, ahora muchos de los parados encuentran cobijo y alimento en los comedores de Cáritas.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola Javier, ¿podrías indicarme donde encontraste la foto antigua de "En peores plazas hemos toreado"? Un saludo de tus seguidores de Mallorca

Unknown dijo...

Hola Javier, ¿podrías indicarme donde encontraste la foto antigua de "En peores plazas hemos toreado"? Un saludo de tus seguidores de Mallorca