miércoles, 20 de junio de 2012

"Me hubiera gustado narrar el 23-F"



Lleva cinco años recorriendo los pasillos del Congreso en busca de historias que le den un toque diferente a sus crónicas. Aunque se considera una pipiola, ya ha pasado el tiempo suficiente entre sus señorías para que se le caigan algunos mitos. Presume de independiente, pero al mismo tiempo reconoce vivir una pelea permanente con el síndrome de Estocolmo instalado entre los muros del hemiciclo. Sus experiencias las ha recopilado en un libro en el que retrata cómo son los políticos cuando creen que nadie les ve.

-Oiga, ¿qué hay debajo de las alfombras del Congreso?

-Suciedad, mentiras, puñaladas, intereses, gente con principios y otra sin ellos. Nada que no pase en la calle.

-¿Y quién sería el político que más se parece a la gente de la calle? ¿Celia Villalobos? Lo digo por su vocabulario 'refinado' y sus frecuentes salidas de tono.

-Celia Villalobos es una persona amada y odiada dentro del PP por su condición de personaje que dice todo lo que piensa sin filtro alguno, como el día que se refirió a los discapacitados como tontitos. Hay quienes dicen que Pedro Arriola tiene una línea roja dentro del partido y es que no toquen a su mujer.

-¿Hay mucho intocable ahí dentro?

-Pongo el ejemplo de Soraya porque ha cambiado mucho desde que está en el Gobierno. Antes era muy cercana y atenta con los periodistas, incluso nos invitaba a tomar algo en Navidad. Ahora, al igual que Rajoy, sufre el síndrome de la Moncloa.

-¿Y usted no tiene síndrome de Estocolmo?

-Hay periodistas que tienen síndrome de Estocolmo por interés: son altavoces de los partidos porque no les compensa ser independientes. A mí me han invitado a cenar muchas veces y siempre he dicho que no.

-¿Falta seriedad en el Parlamento?

-Es verdad que en el Congreso hay chalaneo, tiene mucho de circo y ya va siendo hora de que cambie. Muchas veces los diputados no tienen ni idea de lo que votan. Es frecuente ver al número dos del grupo parlamentario de turno indicando mediante gestos qué es lo que tienen que votar los de su bancada: cuando levanta un dedo, voto afirmativo; dos dedos, negativo; y tres, abstención.

-¿Es que no se nota la mano del presidente en todo esto...?

-La del anterior, José Bono, no es que se notara, es que era el principal responsable de que el Congreso se convirtiera en una opereta parlamentaria ridícula. Era un experto en cortinas de humo. En una ocasión en la que varios miembros del PSOE estaban reunidos en una sala, Chunda, el jefe de prensa de Bono, le pidió a un ujier que nos trajera pan, vino y un poco de queso para distraernos.

-¿También fue una cortina de humo lo de Bono y las corbatas?

-El anterior ministro de Industria, Miguel Sebastián, propuso que los diputados asistieran al Congreso sin corbata para poder poner el aire acondicionado a 24 grados y, así, ahorrar energía. Bono se opuso de forma tajante y al final la polémica se quedó en algo personal contra Sebastián.

-Churchill decía que los rivales estaban en los escaños de enfrente pero que los enemigos estaban sentados al lado.

-En Bono se cumple a rajatabla, porque siempre ha sido considerado en el PSOE como alguien que va por libre, en el libro digo que es 'la prima Bonna'. Nadie olvida la polémica que mantuvo con la mayoría de su partido al mostrarse partidario de colocar una placa en el Congreso en homenaje a Sor Maravillas. Al final el proyecto no salió adelante y un cámara le pilló diciendo “los de mi partido son unos hijos de puta”.

-No ha sido el único rifirrafe que usted ha vivido en el Congreso...

-Una vez pensamos que Rubalcaba y González Pons llegaron a las manos. Tras un acalorado debate sobre el sistema de escuchas ilegales de Sitel, Rubalcaba se encontró a Pons en uno de los pasillos y le dijo entre risas: “sí, claro, ahora veo todo lo que haces, y escucho todo lo que dices”. Más tarde Pons dio a entender que casi se pegan porque Rubalcaba estaba muy nervioso. Después le pregunté a Rubalcaba hasta en cinco ocasiones si era cierta la versión de Pons. Entonces él se enfadó y me gritó: “¡por Dios, cómo me puede decir eso, ya se lo he dicho cinco veces!” El tiempo demostró que Rubalcaba decía la verdad.

-¿Rubalcaba diciendo la verdad? Eso si que es una exclusiva, va a vender muchos libros...

-Es el político que más cambia cuando no hay cámaras delante. En el trato personal es muy agradable. Pero también he de reconocer que se me ha caído un mito, desde que es número uno ya no brilla como cuando estaba en la sombra. Le he visto huir en los pasillos.

-¿Qué tienen esos pasillos que causan tanto pavor?

-Ahí los políticos tienen mucho que perder y poco que ganar. Pero una que sí ganó y mucho fue Elena Salgado. Cuando la nombraron vicepresidenta económica estaba muy nerviosa, nunca se paraba a atender a la prensa, parecía insegura y corría a saltitos. No daba una imagen acorde a su puesto. Pero poco a poco se repuso a la situación y, al final, se ganó a la prensa desde su timidez.

-¿Quién más gana en la distancia corta?

-Aunque parezca increíble, Joan Tardá es la persona más agradable de la Cámara. Los periodistas decimos que en el Congreso había varias folclóricas: Magdalena Álvarez, Bibiana Aído, Leire Pajín, Celia Villalobos y el propio Tardá. Pero lo de este no es casualidad, los nacionalistas suelen escoger a las personas más simpáticas para ofrecer una cara amable en Madrid. Es lo que ahora sucede con Amaiur, que sonríen mucho e incluso nos ofrecen café.

-¿Es la misma simpatía que mostraron algunos diputados con los indignados?

-Ningún miembro del anterior Gobierno excepto Ramón Jáuregui criticó a los indignados. El día que este hizo un discurso en el que defendió el sistema, muchos de los periodistas se lo agradecimos. ¡Ya era hora de que alguien hablara sin complejos!

-Para terminar, si una máquina del tiempo pudiera transportarla a otra época en el Congreso, ¿cuál habría elegido?

-La Transición. Me hubiera encantado estar el 23-F y haber retransmitido el golpe de Tejero en directo desde el búnker, una sala que hay al lado de la tribuna de prensa. Cuando entré por primera vez en el Congreso, me dije: “cuánto me he perdido”.

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